
Los vientos rugían feroces desde el oeste, algo parecían advertir la llegada de un destino aciago y que no supimos reconocer. Las aguas temerosas se tiñeron de un tinte rosa por la iluminación de las lámparas en nuestros barcos, muchas fueron las señales pero nosotros sólo sabíamos verlas en el mar. Observamos la llegada estridente de nuestro lejano linaje desde las montañas y con cautela y gloriosa alabanza los recibimos sin saber el motivo forzado de su visita. Jamás supe el verdadero pábulo de lo que sucedió, Melloth (cuya historia se sabrá en otros relatos) y yo paseábamos descalzas junto a las olas, cantando alabanzas al mar majestuoso, cuando nuestros parientes alzaron espadas contra nosotros, vimos la sangre de nuestros hermanos derramarse y como desde más allá de la puerta se acercaban otros hacía la matanza, el cielo oscurecido había cegado los hecho más atroces de aquella noche mortal, pero el llanto que se oía desde nuestros corazones podía dejarnos ver el claro desastre que aquella masacre había dejado en el puerto. Las naves habían sido robadas, las creaciones más preciadas de nuestro propio corazón, rogamos entonces, con ira, humillación, pena y dolor que la venganza cayera sobre aquellos que habían deshonrado nuestro nombre y hogar, sin saber si habíamos sido escuchados.
Pocos sobrevivieron después del hecho trágico de nuestra historia y la mayoría de nosotros decidimos marcharnos pues la pena era grande y nuestro corazón sufría cada vez que veía el mar. No fue por mucho tiempo nuestra partida, pues el océano llamaba nuestras almas y en varias ocasiones se nos halló cantando las melodías que para él habíamos dedicado. Fue entonces que Melloth cansada del pasado y arremetiendo contra su propio sufrimiento nos condujo de regreso a un hogar que jamás habíamos olvidado. El puerto de nuestros pies descalzos, Alqualondë, El puerto de los cisnes.
Vingiloth